() El valor del silencio

El valor del silencio en la poesía mexicana del siglo XX

El valor del silencio en la literatura se ubica más allá de la oposición entre lo que se dice y lo que se calla. Incluso cuando un autor decide dejar de manifestarse no publicando más, su mutismo estará lleno de sentido. De modo semejante, en la obra literaria, las palabras son tan expresivas como su ausencia, y la pregunta ¿qué dice más, un poema breve o uno largo? no es de ningún modo ociosa: en la creación literaria, el silencio es un medio de expresión tan poderoso como la abundancia de versos o de enunciados.

Por otra parte, el discurso literario, de manera particular la poesía, recurre al silencio para decir aquello que está más allá de las posibilidades comunicativas de la lengua. Expresar la totalidad y decir lo indecible son proyectos cuya realización persigue el poeta desde el tiempo de Stéphane Mallarmé, proyectos que no son ajenos a varios de los grandes escritores mexicanos del siglo XX.

El poeta religioso y el poeta que cree en la existencia de una palabra originaria se empeñan en interpretar y expresar lo indecible, sin otro recurso para acercarse al Verbo creador o al decir primordial que la palabra misma.  De los dos, el poeta religioso tal vez emprende una búsqueda más apremiante, pues debe interpelar el mensaje de Dios -quien no ha hablado sino en contadas ocasiones-, y debe igualmente dilucidar el sentido del silencio que sucede a la muerte.

El poeta de lo indecible –creyente o ateo- enfrenta, no obstante, un reto colosal al intentar ir más allá del lenguaje para expresar el mundo. Y ante la desmesura de su objetivo, paradójicamente, la escritura de su poesía debe convertirse en un acto de humildad. Jean-Paul Sartre, el escritor y el filósofo, previene en este sentido que: “Hace falta una forma particular de valor para decidirse no sólo a escribir sino incluso a hablar.”[1]

Octavio Paz parte de una inquietud semejante, que concierne las capacidades dicientes de la palabra, y alude a tres experiencias fundamentales de la vida del hombre que se realizan en silencio: la experiencia mística, la poética y la amorosa. La búsqueda de la Divinidad –y de la palabra sagrada- por parte del religioso; la búsqueda de la metáfora que revela un sentido oculto del universo por parte del poeta, y la unión amorosa de los amantes en un rincón alejado del mundo se llevan a cabo de manera silenciosa. De las tres experiencias, Paz rescata la dos últimas como manifestaciones del principio analógico, es decir, de la correspondencia universal que pone en relación el lenguaje del universo (como la unión y separación de los astros en el cosmos), el lenguaje poético (la unión y separación de las palabras en el pequeño universo del poema) y el lenguaje erótico-amoroso (la unión y separación de los cuerpos de los amantes en el lecho). En el silencio que enmarca esas dos manifestaciones humanas se insinúa el lenguaje originario, el decir primordial.

Ahora bien, aparte de los significados que puede adquirir el silencio en un poema, las formas que adopta el texto mismo revelan una relación peculiar entre grafía y espacio vacío. Un texto literario está hecho de palabras y silencios, de caracteres y espacios en blanco que componen la página impresa. En ocasiones, la superficie vacía es más abundante que las grafías: existen géneros breves, como el haiku, el poemínimo, el emblema…, obras mínimas cuyo valor reside tal vez en mayor medida en lo que sugieren sin decir que en lo que enuncian explícitamente.

Este es el ámbito del conocimiento en el que se desarrollará la investigación.


[1]“Il faut un certain courage pour se décider non seulement a écrire mais même à parler», en Jean-Paul Sartre, Critiques littéraires. Situations I, p. 303